sábado, 17 de mayo de 2014

Diarios de locura: Marina



Camino por la ciudad vieja, entre baldosas levantadas, olor a orín, casas desconchadas y calles desdentadas porque antes, ahí, había un edificio. Solo sé que tiene más de ochenta y carece de familia que le acompañe en lo básico. Me recibe Zaida, una voluntaria joven, que limpia la casa, trae la comida o le acompaña al médico. Mi única misión es escuchar. Me dirige al salón y allí, sentada frente al ventanal, me espera Marina. Pelo corto, maquillada, sonriente y preciosa, estira los brazos para darme la bienvenida. Mide poco menos que yo y huele a perfume. Tiene unas gafas de pasta que realzan sus ojos vividos y se saca para las fotos. Habla, habla, habla sin parar  y se apura a enseñarme la casa. Camina con dificultad, arrastrando los pies, le ofrezco mi brazo y lo toma entre sonrisas mientras comenta: "Igualita que mi Ángel". Es una vivienda de 2 habitaciones, cocina y baño amplios y un salón muy luminoso.  Los muebles, antiguos, hablan de una vida anterior acomodada, así como algunos adornos de plata (confiesa que ha vendido los mejores). Le alabo la casa y agradece el gesto.