lunes, 14 de diciembre de 2015

Doña Filo



Todos los domingos a doña Filo se le junta la misa y la hora de comer. Sabe que en la 13 ponen el ángelus y pide al camarero que encienda la tele. De pie y las manos juntas delante de su boca, repite lo que escucha terminando con un “amén” sonoro. Es el momento de comulgar y el caldo extremeño de su mesa va entrando a la vez que “el cuerpo de cristo” en las bocas televisivas y, con el mismo recogimiento, es tragado. El camarero sabe que puede cambiar de canal cuando doña Filo canta “Amameben por tu sisco. Amén” que se levantará, arrastrará sus zapatillas negras hasta su joven acompañante y enganchada a su brazo le pedirá, camino de casa, que le cuente de nuevo qué debe hacer para votar.
 
Porque doña Filo quiere ir a votar. Dice que hace tiempo que mea por encima de sus posibilidades y fuera del tiesto < uno plástico que esconde bajo su cama para no ir al baño cada hora>. Sus problemas urinarios tienen relación con sus múltiples partos, dieciocho ha contado, aunque carece de familia ya que, las hermanitas los fueron repartiendo a medida que nacían y, a cambio, recibía la estampita de un santo. Así se hizo devota y comenzó, a partir del cuarto hijo, a rezar un rosario rogando que aquel gozo se convirtiese en penitencia y se acabase aquella pecaminosa calentura que la invadía. Las buenas monjitas le enseñaron a leer, a escribir, a bordar, a ser una mujer de provecho y en su intención siempre estuvo el matrimonio aunque los hombres que la atraían no tenían las características de Dios nuestro señor ni destacaban por algo diferente a su capacidad reproductiva. Gracias a ellas se hizo bordadora, llegando a tener cierto prestigio ya que entre su clientela estaban algunas de las más destacadas mujeres de la ciudad. Entró en sus casas, habló con el servicio, conoció sus cotilleos, sus secretos, los sueños de sus maridos, hasta que llegó el día en que pudo contar sus amantes a vistazo de cortina, pañuelo o camisa. Se hizo con algún dinero que, hoy en día, le sirve para poder comer en el bar de su pueblo natal, al que tuvo que volver cuando a las monjas del Santo Sacrificio se les acabaron las estampitas y tuvo que dejar al último fruto de su vientre, en la puerta. 
 
La única vez que doña Filo votó fue acompañando al que creyó su verdadero amor, le dio un sobre con un papel dentro y, tras contarle parte de su historia, desapareció para siempre. Hace unos años aparecieron unas chicas en el bar pidiendo trabajo o comida y techo a cambio de labrar la tierra, acompañar a los viejos, arreglarles papeles o hacer cualquier tarea de servicio. Ellas le han explicado que tiene derecho a una paga por ser mayor, que pueden pedirle al alcalde mejoras para las casas, para las calles y también que esos dos jovencitos que hablan por la tele, son la política nueva y los otros son la vieja. A doña Filo le gusta uno de gafitas y sin barba que habla muy bien aunque no entienda nada, porque dice, como el papa, que no quiere ir a la guerra. Porque ella le ha escuchado decir que si se entrega el que se esconde, la guerra se acabará y ahora, que sabe que alguien la acompañará al colegio electoral, podrá pedir que encuentren a alguno de sus hijos.