domingo, 7 de febrero de 2016

Mi reina.



Es viernes de carnaval, por toda la ciudad resuenan las fiestas colegiales, megafonías con canciones festivas y machaconas que dirigen bailes ensayados durante horas, días, semanas. Todos ataviados con sus trajes de plástico y cartulinas de colores, pintadas las caras, los ojos, los labios, accionan al mismo compás bajo la atenta mirada de profesores y familiares orgullosos. Inmersos en sus personajes se despiden hasta la semana próxima y se alejan de mano de sus padres. En la cafetería, al lado del cole, se reúnen la momia y la reina del bosque.
Ella, con su bolsa de plástico verde y corazón en medio, la corona dorada con bolas de papel rojo, zapatos de cartulina dorada, brazaletes y pulseras, se mueve entre los terraceros que disfrutan del sol y las vistas. Le pregunta a uno, a otro, al de más allá -"¿Te gusta mi vestido de reina?"- "¡Claro, estás preciosa!". Mientras, la momia pide ayuda porque se hace pis y si toca sus pantalones, el papel se romperá . -"Háztelo encima"- dice la reina. -"No, que mi madre se enfada".
La momia se desespera mientras la reina sube unas escalera cantando su canción. Arriba, desde su atalaya, se dirige a la momia -"Ve a ese árbol y hazlo contra él, pero con cuidado"- La momia, obediente, comienza a manejar el asunto y se arrima al árbol mucho, mucho, demasiado. Ella, desde las alturas manotea, entra en éxtasis y muestra sus labios pintados. Alza los brazos al cielo, al frente... con convicción, con poder, sin darse cuenta que la momia, con las vendas empapadas hasta los pies, ha entrado en la cafetería.
La reina, desde el balcón de sus estancias, se dirige a nosotros, súbditos silenciosos, creyentes, felices porque nos señala . Escuchamos como canta al universo, tan fuerte que le da la tos, recompone sus cabellos largos y recoge la corona del suelo. Movimiento de cintura, brazos en jarras y alguna mano furtiva para sacar el pelo de un ojo, acompañan a una letra inventada y repetitiva, compunge el gesto y baja el tono, toca su corazón dorado que nos dona suave y dulcemente.
De la cafetería sale la pobre momia acompañado por su madre, la de la reina y un infante disfrazado de león. - "Vamos"- dice la reina madre. -"Vamos a sacarnos esa bolsa plástica y te pones el traje que compramos".
-"¡¡¡No, mamá. No es ninguna bolsa, es el traje de la reina del bosque y no me quiero disfrazar!!
 Con una mano en la silla de su hermano león, la reina se despide con su manita y una sonrisa y todos, sin excepción, imitamos su gesto mientras vemos como se aleja, acompañada de sus cánticos y gesticulaciones, hasta doblar la esquina. Larga vida, reina mía.

2 comentarios:

  1. Sin estas fantásticas historias, ¿de qué valdría disfrazar a los niños?.

    ResponderEliminar
  2. Sin sus lecturas ¿qué sería de este blog?. Hola, d. Paco. Feliz de encontrarle.

    ResponderEliminar