martes, 12 de julio de 2016

Para Susi Orduña

El mundo según Muhammed Al-Idrisi.

Pienso que el hombre se asoció con otros para tener una oportunidad de supervivencia. En cuando los padres de las sociedades modernas las denominaron del bienestar. Pienso que yo, que nací en pleno baby boom, cuando los premios de natalidad todavía no eran los anticonceptivos, aprendí, bien joven, que era preferible mentir para que te dejaran tranquila, comenzando la dualidad entre vida y sociedad. Si querían católicos, yo lo sería, si franquistas, yo más que nadie, si necesitaban adinerados, yo forrada. Imaginé la sociedad como aquella pirámide alimenticia y busqué mi puesto en ella, por la mitad... era demasido joven. Crecí en una jungla despiadada con el débil, el enfermo, el pobre, el minoritario, porque el rico era el prócer. El estado del bienestar se cebaba con aquel al que debía cuidar, mimar, fortalecer y pensé que debía ser terrible ser viejo y que tu único ocio fuese ver obras o jugar al dominó, ser viejo y te tratasen como un niño, ser viejo y dejar de tener poder de elección. Y les escuché decir que eso iba a cambiar y lo hizo porque entonces entramos los ociosos, los que perdimos los trabajos, las casas, los hijos, las vidas y nos convirtimos en delincuentes para otros, en parásitos, en deshechos y defraudadores para ellos, para los de la sociedad del bienestar.
Mientras pude, cuando creí pertenecer a la numerosa clase media estaba tranquila, tal vez porque no tenía tiempo de pensar. Cumplía mi horario de trabajo, con mis hijos, con mis padres, con las vacaciones y el banco y a la hora de sentarme, me quedaba dormida en el sofá. Todo cambió con la edad, con la madurez, cuando los niños dejaron de necesitar y tuve tiempo para mí y pensé y me divorcié. Fué entonces cuando incluí lo terrible de nacer con una enfermedad rara o una minusvalía o cualquier cosa que te hiciese dependiente, ver a la soledad enseñar sus colmillos más afilados y el futuro tenebroso. Pensé en mi madre, en la que me zambullí durante cinco años, los que tardó la enfermedad en comérsela, sin una yaga, sin una deshidratación. En cuando perdí trabajo y juventud y encontré más tiempo del que podía gestionar.En cuando pinté mi pelo de colores, mi abundancia corporal con telas chillonas y volví a estudiar. Pero ellos, los del bienestar, me trataron como un detritus, como un viejo, como un ocioso. Me olvidaron, me devolvieron al agujero más profundo y húmedo, más laberíntico e irracional que nunca conocí y allí decidí que algún día, en algún momento,cuando salga me marcharé a la India o algún país africano para enseñar a leer y escribir. Volver sentirme útil, necesitada y tal vez, un día, alguna de ellas, lo agradezca con un guiño y pueda, de nuevo, volver a sentirme bien.
Pienso, de nuevo, en cuando me volví loca y olvidé mentir.