sábado, 19 de agosto de 2017

La decimoctava dimenxión

 


   He de reconocer a Einstein como al Nostradamus del siglo XX? Pues igual sí, vete tú a saber, ya que su teoría de los portales dimensionales, parece hacerse realidad. 

Sé que algo extraño ocurre, que nada es como antes ¿Antes de qué? ¡Y yo qué sé!. Antes de antes o de ahora. Antes, de cuando el abuelo ponía el orinal bajo la cama y  espantaba los fantasmas, por eso no temía. Antes de ahora, que preferimos levantarnos en medio de la noche, del frío, del sueño, de los encontronazos contra el marco de la puerta y colocar un plato de arroz con leche bajo la cama que nos endulce la vida y recogemos hormigas. 
El "Antes", cuando cansada del abstracto "marichulos vs feminazis" (así se apelan los contendientes) decidimos cenar en el Chusco y, al entrar, ves esas cinco mesas color miel, las cuncas de vino tinto compitiendo contra Usaín Bolt en las Olimpiadas del 16 ya que, a la jauría le sería imposible, por edad. Un lugar donde el  blanco del escaso pelo  es abundante, más que el blanco orín fantasmagórico del otro antes. Será que para no temer  beben y gritan o hablan todos a la vez para no escucharse, mientras en la tele retransmiten el partido de Hof contra Liv y a nadie le importa. Ninguno de los equipos va de blanco, quizás por eso. Allí, Enrique, el public relations director mezcla entre José Alias (fuimos migos hasta que dejamos de serlo, diría Coelho, pero sé que vive, antes y ahora) y Vicente del Bosque, come, bebe, fuma, habla, tiene boca bajo el bigote... y en la cocina o sirviendo mesas o tras la barra o lavando platos, hay una mujer. Ella, que tira más a la rama "del Bosque" que a la "Vicente", arrastra la languidez impávida de la familia, el andar sin ganas, el dame una cama que no duermo. A pesar de la hora, conseguimos una mesa, que abandonamos por turnos para seguir manteniéndola cada vez que buscamos silencio. Allí, sentados más abajo de lo coherente, comenzamos a encontrar sentido al Borroquinmabeibe. Es una simple cuestión de experimentación y repetición: centrados los cinco sentidos en el vino, los sujetos de canilla pelada ladean la cabeza para lanzarte una mirada matadora cada vez que escuchan la palabra. Este lugar es especial, la energía fluye o está estancada o, incluso, ni exista, pero algo ocurre con ese árbol que da fresas, esos naranjos granates o estos limoneros azulados del patio. Las rosas pelean por oradar el muro, traspasando sus espinas al vértice más alto. Es un mundo al revés, un coche amarillo a la izquierda y detrás a la vez, es un león que no lo es a pesar de tener el nombre escrito. Por suerte, la comida está buena, si no a ver quién aguanta ésto, que comienza a parecer un inframundo cualquiera <ayuda la voz de Enrique, tan Bajo que no se entiende. Pagados los 20€ de la tarifa plana, seguimos camino hacia horizontes algo más relajados. Lo llaman playa, pero es una enorme pasarela frente al mar. Allí, pese al gentío, ocurre todo lo contrario del "Antes". Es un mundo ordenado, silencioso, armonioso, educado. Los coches brillan, carecen de abolladuras, no hacen ruido, tienen tubos de escape con aroma a eucalipto, creemos que en honor de los que padecemos de bronquios y favorecer nuestra expectoración. El sol brilla lo suficiente, calienta lo justo y, si se pasa, la oportuna brisa acudirá pronta y silenciosa. Las casas están ordenadas, floreadas, inmaculadas, igual que el asfalto, el camión de la basura, los agentes de la ley y el orden. Hay bancos bajo los árboles del paseo, cada 35 pasos, y hasta las olas son modosas en éste mar de aceite. Hoy hay mercadillo en Pleasantville, mercadillo legal y perfumado, mercadillo de ropa y zapatos, de antigüedades, de felicidad, mercadillo de marca <dice una que se prueba una chaqueta de punto>, pero se acerca la hora del cambio. Donde hace 10 minutos había puestos de jarrones, comienzan a tiralinearse mesas y sillas, la hora de la cena. Las madres, los padres, los abuelos y abuelas, los niños todos y los perros que hubiere... se sientan en escalafón, sin levantar una voz más que otra y se sonríen y se aman y son guapos y rubios  y hablan de los otros, más infelices y, algunos más jóvenes y adelantados, los de tez más bronceada, se estropean el aspecto que no los modales: son los underground, los correctamente incorrectos, los rebeldemente sumisos, los felices infelices, los poetas insensibles, los cultos incultos,  los que entienden y no comprenden, los hombres que no son de antes, los de Ahora.
Y Ahora, que ya todos somos fantasmas y tememos lo que aparece en la pantalla, a lo malo conocido, a lo bueno por conocer, a lo correcto e incorrecto, a lo que se mueve, a lo que está quieto, a hablar y callar, a la vida y la muerte, aunque todo sea cementerio. Ahora, que alimentamos al monstruo desechando migas de pan por la ventana para que lo inunde todo con su blanco cagar, tan blanco como el refulgente baño de orines abueleros  porque, ya se sabe: de lo que se come, se cría. Ahora, que todo ha sido corregido, normativizado, homogeneizado, cuadriculado, modelado, educado, acabará el verano y volveremos a la choza y tal vez escuchemos las noticias o leamos a Baudelaire o Bukowsky  e iremos a trabajar y nos rozaremos con los de Antes. Tal vez encontremos un fósil bajo la alfombra o bajo la cama, al poner el arroz con leche, y pensaremos, de nuevo: "¡Ay, por dios, pobre gente!", mientras nos emocionamos por la suerte que corremos, nosotros que al fín nos hemos deshecho de arcaísmos y monoteísmos, nosotros que vivimos en libertad y en democracia. ¡No hay derecho, por dios, a que no vivan en el Ahora".
Y ahora que lo pienso, a lo mejor nada de lo que he escrito se entidende. Bueno ¿y qué?, les dejo el Borroquinmabeibe.



sábado, 13 de mayo de 2017

Home, sweet home


Llegué a casita de noche, a la hora en que el chucho se vuelve loco por regalarte mecheros, pañuelos de papel, un bolígrafo o el billete de 20 euros olvidado en la mesita de centro. Mientras desmonto la maleta, escucho como Rosa discute con su hija por el misterio del agua desaparecida de la jarra y me entra sed. Sólo encuentro cerveza y entonces, llega la gula. Son esas cosas raras que, a veces, pasan. Es ver una cerveza y tengo que comer así que ataco al fuet, al queso y a la cecina y, mientras la lavadora está con su "mio, mio, mio", me descalzo y dejo que me sirvan. Nunca sabes lo que echas de menos tu sofá hasta que lo catas y, la verdad, como el que tiene tu medida cular, ninguno.
Desde luego, estoy en casa. Cómo no saberlo tras escuchar, por tercera vez, la cisterna del vecino. Un sonido como una huella dactilar y es que, como la cisterna del vecino, ninguna. Durante el traspaso de lavadora a secadora, tengo la oportunidad de saber que, Jaime, el del cuarto de enfrente, cenará calamares a la romana. Bea y Román, salchichas, otra vez. Que la adolescente del primero, quiere salir y no la dejan. La justicia vuele a ser mentada, para su satisfacción. Seguro que mañana me la encuentro adraculada, con los tacones en la mano. Porque, ésta, sale.
Y es que son complicados los regresos, las vueltas a las rutinas y no por el jet lag, que también, sino por la desubicación. Uno escucha, ve, huele, toca, come, pero a la cabeza le cuesta, algo más, regresar y  tras escuchar la tormenta y el granizo que la precede, a pesar del terrible dolor de caderas por los muchísimos kilómetros y la edad, que empieza a fastidiar, me enfundo el desinfectado traje de aguas y hago lo que más me gusta del mundo mundial: pasear de noche.
La ciudad se sosiega, el gentío se esconde entre sábanas y teles, los mozuelos se apelotonan en discotecas y bares que sirven alcohol metílico. Es el momento en que las baldosas se deslosan, se estiran, se trampean para escupir al viandante confiado, como nosotros. Escupir, cabronas, escupir, que os mando a Pieter y su sierra mecánica y sabréis lo que es bueno.
La lluvia nos da un respiro, tan sólo quedan los destellos de una tormenta que se aleja. El ruido de los relámpagos se amortigua con el camión del ayuntamiento. Cuatro tios recogiendo colchones, un sofá de piel negra con los cojines abiertos y tan chorreantes que parecen una fuente. Los cajones de un mueble de salón, parecido al de la abuela que era más ataud que lucidor de cristalería, libros o tele, semejan piscinas para enanos. Hacia el norte, la carretera se empina y se puede ver el asfalto mojado, cristalino, reflejando el rojo y verde de los semáforos. Ya ha llegado el imbecil, el del coche deportivo chirriando rueda, tentado a ser carne de donante. Es que algunos, al lado de los cedeses del "chunda chunda", deberían llevar una analítica completa, para ir adelantando trabajo. Subimos y el agua baja, como hacen los salmones volviendo al lugar de nacimiento. Me duele la rodilla, de nuevo. Mañana tendré que acercarme al fisio, a ver si me recompone o, de lo contrario, que me pega un tiro, por compasión. Al llegar arriba, (esta maldita ciudad es un electrocardiograma), escuchamos a los rumanos en la zona peatonal. "Un euro, amigo, dame un euro para un café", la retahíla de todos los días. Dos patrullas de policía los vigilan de cerca. Cuatro tipos con pistolas, porras y esposas para controlar a 6 rapaces de entre 15 y 18 años. Ay, dios! Y el cajero del BBV, está estropeado. La farmacia y su cola de emparaguados, una decena más o menos, esperando para comprar leche infantil o ese medicamento tan urgente. Han abierto otra tienda de móviles: Vodafone, reluce entre el eco de las risas de los mocitos, eco que desaparecerá en pocas horas, cuando vuelvan los repartidores de pescado, los de fruta y verdura del mercado. El pepsicolero, el panadero. Manolito, el de los churros, es el único bar que se mantiene abierto. Intentamos comprar tabaco, pero la repetición de un partido nos aleja como alma que lleva el diablo. El chino, tiene unas deportivas monísimas y a muy buen precio, tal vez me acerque mañana. Ya veré. Al doblar la esquina, están agauditando la entrada del tunel y el sindicato mantiene la pancarta del uno de mayo, empapada y a la que le faltan letras "Mani estación d 1º de Mayo. Lunes. 12 h.  La oblada" Doblada está mi cadera izquierda, que me hace cojear. Será mejor volver cuanto antes, a pesar de la felicidad del perro, al que le encanta mojarse. Arrecia la lluvia, de nuevo, y nos guarecemos bajo el voladizo del supermercado. La paleta de cerdo estará mañana rebajada. También tendré que venir.
Es posible que sea cierto que no haya nada mejor que lo de uno pero, a pesar del chino, de la paleta, de la tranquilidad que se respira, de que la tintorería hace milagros con las manchas y la suciedad, aparece la carita de Nuk en su cumpleaños y mi ropa sigue oliendo a humo. 

domingo, 23 de abril de 2017

La vida se vive, luego se escribe y, finalmente, alguien leerá.



Me despertó el chasquido del hielo. Me encanta este ruido a pesar de estar con fiebre. Me dormí con el crick bruuuuuuum una vez que le cogí la cadencia. Me acunó las 3 veces que me levanté al baño, las dos que me senté en la ventana para ver el plancton relamiendo el hielo y a las 5, cuando amaneció, me dejé abrazar por el desquebrajamiento del coloso, del que se podría sacar una sinfonía, si supiese música. Esto de las fiebres, para las obsesiones, es un chollo. Ayer leía al maese boliviano de la rotonda. Decía que el frío lo padecen los pobres y los ricos lo convertimos en poema. Tal vez, quizás, no lo sé. A mí me parece poético el caretón de los ojijuntos desdentados de este lugar, el descuartizamiento de las orcas o el baño de sangre de las cabezas de búfalo. Será que me asalvajo con facilidad o que tengo poca empatía teórica. No me pregunten, que no lo sé.

Se deshace todo ésto, es igualito que vivir subido a un cubata de ron, un mojito, en ocasiones, por lo del hielo picado. Malik, el fotógrafo dice sentirse cardamomo, yo me pedí ginebra, por lo aromático y mi compa, la burbujeante tónica. Somos el perfecto gintonic en el lugar exacto. A diferencia del año pasado, ya hay zonas limpias de nieve, muchas, demasiadas. Hace sol, aunque un frío del copón. Dice el termómetro que -7º, a las 9 de la mañana, pero el hielo ha llegado a su mayoría de edad. Se ha independizado de la climatología y campa a sus anchas por todas partes. Hemos visto icebergs del tamaño de ciudades medianas, barquitos de papel helado navegando en un mar de aceite. Digan lo que quieran pero la muerte, como la miseria o cualquier cosa que se contemple sin padecimiento, es bellísima (y ahora ya pueden decir que es políticamente incorrecto).
Tasiilaq está al este de Groenlandia. Nuestra primera vez. Nos habían hablado de ella, la ciudad más turística de la zona. 3000 habitantes con un megaproyecto para convertirla en la Venecia del país verde. Un desatino. Este año, cuentan los pescadores, han perdido cerca del 2% del territorio. Va por ahí, vagando por esos mares de dios, en busca de una constitución o, en su defecto, una nevera que lo acoja. Pero aquí, no todo el mundo lo ve de la misma manera y se preocupan más de la desaparición y muerte de una islandesa a manos de un par de cejijuntos groenlandeses, de hacerle un altar en el puerto, de pedir perdón a la familia de la joven. Y si, es una tragedia la muerte de la chiquilla, como lo es la muerte de un policía parisino o de esa familia de Nuuk que ha muerto ahogada...pero sólo me falta escuchar: “¿quién vota a los corruptos?” y será como estar en casita. En fin. Ahora se habla de sacarle partido al deshielo. Enviar la arenilla rocosa que se desprende de la ruptura del glaciar y que, por su cantidad, están obturando los fiordos como si de un lodazal se tratase. Y ¿a donde enviarla? A Kenia, claro, que está en el límite matemático del Si, se puede. También han pensado en plantar patatas, ya que alguien, experto en estos menesteres tuberculinos, observó que los destestables hongos que acaban con las patatas en todo el mundo, no existen en Groenlandia y ya tenemos la industria montada: hierro, arena de roca y patatal. No se conforma quien no quiere.

Mientras, en otra isla de esta isla (Aasian) la vida continúa. Se hacen los juegos anuales para adultos, consistentes en esquí de fondo, tiro al blanco y carreras de trineo. Dos días de fiesta jolgorrio en la que los contendientes se alojan en sus propias tiendas de campaña, se avituallan como pueden (alguno ha traído un búfalo muerto y lo ha repartido entre los contricantes), mientras las ropas coloridas lo inundan todo. Es bonito el traje típico groenlandés. Ellos de blanco nuclear, ellas de pavo real maravilloso. El triunfo de la normalidad, llega en el centro comercial: un barbudo con pinta de Rasputín y túnica roja, se hace fotos y abraza a todo cuanto transeúnte se lo requiere. Qué bonito es todo, tras haber pasado todo el día rodeada de gente armada, así, de la manera más natural del mundo.
Rasputinnadum con señora de compras, encantados de la vida. Día mundial del arenque que te has de comer
Lo mejor de toda esta historia, es cómo lo vemos los que no lo padecemos. Tengo la misma sensación de cuando contemplas una estrella, un sol o una enana, vete tú a saber, que no llevo el telescopio puesto todo el día. Supuestamente ha desaparecido mucho antes de tu mismo nacimiento, sin embargo, ahí está. Esto es parecido, pero al revés. Sabes que éstos, serán los últimos latigazos, los últimos latidos de una manera de vivir. Quizás no desaparezca, ya que con ellos, iríamos todos, pero sí cambiará mucho, muchísimo la vida en este lugar. Es la crónica de una muerte anunciada, que continúa como si nada ocurriese, sin que nadie haga nada. Un Rajoy en toda regla: si lo ignoramos, ganamos. Quizás tengan razón, la fiebre no me deja pensar en plenitud y me obceco en algunos puntos. Quizás, lo único importante sea el aquí y ahora y, los que vengan detrás, que se las apañen. Tal vez, sea la única manera de no volvernos locos y tenga mucho que desaprender, todavía.
Intento impregnarme, todo lo que puedo, del ojijuntismo y me pego a Pieter y su hermano Son, que nos enseñan a pescar en el hielo. Creí, tonta de mí, que el ruido se expandía más a través del hielo, que los peces huían del mundanal ruido. A los hermanos Storm, les importa muy poco lo que digan la física y las leyendas antiguas. Ellos hacen el burato con sierra mecánica y se han llevado pececitos para comer el día. Me gustan estos tronistas del hielo, el reality show, siempre ganará por su sencillez y oportunismo. ¿Para qué romperse la cabeza, si no vale de nada?
Es curioso esto de las segundas veces, cuando el romanticismo se ha terminado pero se mantiene el cariño. No sé si es la mala suerte, la fiebre o esa hormona enamorada que nos tapona la razón y nos impide ver el bosque, la primera vez. Groenlandia sigue siendo la misma, sin Ilullisat, todavía, sigue siendo profundamente bella, profundamente blanca, profundamente vacía, poéticamente muerta, pero todavía no he conseguido que me hablen de este terrible año, de los padecimientos climáticos, que son enormemente visibles. Nadie habla de la falta de oportunidades, de la falta de recursos, de la poca implicación local, nacional o internacional con algo que ha provocado las mayores inundaciones de la historia del Reino Unido, por ejemplo. De lo que sí me han informado, pormenorizadamente, es de que hoy se enfrentan Messi y Cristiano Ronaldo y que si el Madrid gana, el Barcelona tendrá muy difícil, por no decir imposible, ganar la liga. Y para ésto, salgo yo de casa.
To be continued.

miércoles, 8 de marzo de 2017

La lluvia en Sevilla, es pura maravilla.



Hoy, a las 3, tenía hambre. Caminaba rápido hacia el coche pensando en qué habría para comer. Amenazaba lluvia, también y, además, recordé que no le puse ticket al coche, aparcado en zona azul. Lo cierto es que nunca lo pongo. Me parece un timo pagar por aparcar en la calle. No, no soy solidaria con los impuestos del ayuntamiento. Que le den al ayuntamiento, al alcalde y a todos los reyezuelos que lo rodean. Pero tenía hambre, mucha. Y comenzó a lloviznar de esa manera tan estúpida que tiene la lluvia de caer, lamiendo. Corrí porque no me quería mojar. Tan sólo podía pensar en chuletón y ensalada, en bacalao con ensalada, en paella y ensalada. Porque me apetecía muchísimo una de granada, mango, lechuga, tomate y espárragos. Pensé en llamar y preguntar, pero corría porque llovía y tenía hambre. Lo vi aparcado al final de la calle, cuesta arriba. Qué ascazo de ciudad, que todo queda cuesta arriba y no hay cómo avanzar sin que te moje este escupitajo desganado. Ojalá haya hecho carrilleras o secreto o el pollo ese, que le sale tan bien. Y allí estaban, en medio de la acera, a las 3 de la tarde, con la lluvia que caía, el hambre que hacía y la poca prisa que tenían. Dos dibujos animados comiéndose la boca con ganas, con dulzura.Y desaparecieron el hambre y las prisas y la lluvia y el ticket y el parquímetro y las penas, al verlo a él. Esas gafas de pasta y pelo rizado.Ese grano con piernas y boca y lengua y traje negro de camisa blanca. El chapón desagradable de la clase abrazando a aquel abrigo verde chillón de no más de 15 años. Acariciando su pelo y cogiéndose de la mano tras la risa nervios. Pero ella me vió y me dio vergüenza estar allí, haberlos visto. Me avergonzó que lloviese y que el coche estuviese tan lejos y miré para otro lado, pero no sirvió de nada porque me sonrió y le devolví, esta sonrisa que mantengo mientras escribo ésto.