miércoles, 8 de marzo de 2017

La lluvia en Sevilla, es pura maravilla.



Hoy, a las 3, tenía hambre. Caminaba rápido hacia el coche pensando en qué habría para comer. Amenazaba lluvia, también y, además, recordé que no le puse ticket al coche, aparcado en zona azul. Lo cierto es que nunca lo pongo. Me parece un timo pagar por aparcar en la calle. No, no soy solidaria con los impuestos del ayuntamiento. Que le den al ayuntamiento, al alcalde y a todos los reyezuelos que lo rodean. Pero tenía hambre, mucha. Y comenzó a lloviznar de esa manera tan estúpida que tiene la lluvia de caer, lamiendo. Corrí porque no me quería mojar. Tan sólo podía pensar en chuletón y ensalada, en bacalao con ensalada, en paella y ensalada. Porque me apetecía muchísimo una de granada, mango, lechuga, tomate y espárragos. Pensé en llamar y preguntar, pero corría porque llovía y tenía hambre. Lo vi aparcado al final de la calle, cuesta arriba. Qué ascazo de ciudad, que todo queda cuesta arriba y no hay cómo avanzar sin que te moje este escupitajo desganado. Ojalá haya hecho carrilleras o secreto o el pollo ese, que le sale tan bien. Y allí estaban, en medio de la acera, a las 3 de la tarde, con la lluvia que caía, el hambre que hacía y la poca prisa que tenían. Dos dibujos animados comiéndose la boca con ganas, con dulzura.Y desaparecieron el hambre y las prisas y la lluvia y el ticket y el parquímetro y las penas, al verlo a él. Esas gafas de pasta y pelo rizado.Ese grano con piernas y boca y lengua y traje negro de camisa blanca. El chapón desagradable de la clase abrazando a aquel abrigo verde chillón de no más de 15 años. Acariciando su pelo y cogiéndose de la mano tras la risa nervios. Pero ella me vió y me dio vergüenza estar allí, haberlos visto. Me avergonzó que lloviese y que el coche estuviese tan lejos y miré para otro lado, pero no sirvió de nada porque me sonrió y le devolví, esta sonrisa que mantengo mientras escribo ésto.