viernes, 30 de marzo de 2018

Háblame del mar, marinero.



Sinceramente, lo que digan, hagan o entiendan los Vargas Llosa de la vida, me importa lo mismo que el orinal bajo la cama. ¿Asqueroso? sí, pero producto de un tiempo que huele a lo que porta. Requesones en tiempo de caducidad. Lees a algunos profesores con doctorado en ética - dicen ellos- y entiendes que los títulos y masters se los dan a cualquiera. Hace tiempo que sé que un título es un papelito amarillo que pegas a tu frente para recordar que estudiaste. Algo de qué presumir ante las/os chatis de turno o rellenar el apartado bibliográfico de facebook, porque un cerebro permeable no es para quien quiere, sino para quien puede. Y es que la universidad debería convertirse en el cajero automático de un parking. Me gustan estos profes, pero me gustan mucho más sus seguidores porque el seguidismo es así: intolerante con la gota rebotona. De nada sirve la ley de la gravedad o la física o la matemática o la filosofía, el seguidismo es la ideología de "lo que diga la rubia" y a ver si con suerte, me la tiro. Es difícil ver más allá de la etiqueta o el precio de las cosas, complicado entender que las instrucciones personales vienen en diferentes idiomas y, mucho más enrevesado, aceptar que la pequeñez de tu mundo no puede extrapolarse al resto. ¿Qué pido? Que me olviden, que no existo.

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